Episodio #7. Ensayo sobre mi ruina | Podcast «Cuentos alrededor del fuego»

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Ensayo sobre mi ruina

Un cuento de Miguel Á. Rupérez

No tendría problema en reconocer que las malas decisiones que he tomado en mi vida han sido producto de un denotado esfuerzo por demostrar cierta superioridad intelectual, por intentar mostrar una parte de mí que no es más que una debilidad oculta y despreciable, vergonzosa, que sale a la luz disfrazada de elocuencia, de integridad y hasta de humildad, pero lo único que hace es alejar la verdad de mi ser, lo apretuja y lo silencia hasta convertirlo en una bola compacta, lo ignora durante horas, días, incluso meses, y toma inescrupuloso el lugar de mi consciencia, sonríe cuando quiero estar serio, explica cuando quiero estar sosegado, discute cuando me da igual ser o no el portador de la razón, y grita, eso es lo que más aborrezco de este, cómo decirlo, de este ser que toma posesión de mi cuerpo, de mis habilidades y destrezas, y las usa para llamar la atención, por pura vanidad, ay, por elogios, eleva la voz y obliga a los demás a que lo escuchen, como si con eso lograra destacar de la media —de la mediocridad—, darle un sentido a su paso por el mundo pero, digo yo, qué gana con esto, que ganó yo mismo con todo esto, algunos aplausos de gentes tímidas que necesitan creer en algo o en alguien, alguna palmada en la espalda, gestos de aprobación y poco más, pero esto es solo una parte, me temo que abundarán también los que sientan pena por mí, quienes descubran realmente quién soy, y tambien aquellos quienes me consideren un idiota, si yo mismo veo a ese idiota cuando me escucho y cuando me miro en el espejo y me estiro el pelo hacia atrás para tapar la incipiente calva que se me va formando en la coronilla, ese pelo que supo ser negro y abundante y ahora es más bien fino y con hilachas blancas que me recuerdan el paso del tiempo, tiempo antaño inexistente o tal vez eterno, hoy miro hacia atrás y poco es lo que he conseguido en comparación con lo que soñé que conseguiría, sueños tan al alcance de la mano ahora difuminados y esparcidos por tanto movimiento malgastado e inútil, pero no recuerdo cuándo fue que dejé de lado esos sueños para dedicarme a cosas más importantes, qué ingenuo, aunque sospecho que nunca los dejé del todo y siguen estando ahí, como una especie de utopía personal, guardados en algún lugar de mi memoria, y la única forma que tengo de justificarlos es con esta personalidad ambivalente, la altiva y la cabizbaja, la extrovertida y la solemne, ambas reflejo de mis propias inseguridades, mejor dicho, ambas tan inseguras que solo aparecen para intentar motivar una emoción en alguien externo, algún otro, como cuando los niños hacen las piruetas o las hazañas típicas de su edad y quieren que la madre los mire, o, por el contrario, cuando se quedan enfadados en un rincón con la cara fruncida y miran de soslayo a ver si lograron captar su atención, lo que buscan en el fondo es el reconocimiento, una certeza fugaz en este intento absurdo de encontrar un sentido, y quién dice que yo no estaré buscando lo mismo, estoy en la mitad de la vida y soy consciente de la finitud y de la intrascendencia, del olvido que seré, de lo reemplazable y hasta descartable de mi ser, soy consciente del dolor que produce saber todas estas cosas y me resisto a aceptarlas, carajo, claro que me resisto, por eso es que busco destacar, yo y ese otro que no es más que mi ego protegiéndome de la nada, pobre de mí, detrás de él como un escudo, tan cobarde, cobarde e insignificante, si al menos tuviera el valor de reírme de mi propia existencia, de quitarme estos aires de importancia, seguramente la vida sería más sencilla, viviría el presente con la plenitud que merece el único tiempo que existe, y celebrar si descubro tres o cuatro arrugas más en mi cara o si necesito ajustar la graduación de mis gafas, qué más da todo eso, estaría en el famoso aquí y ahora que pregonan los budistas, podría, tal vez, amar, esa palabra tan esquiva para las personas como yo, amar irracionalmente, amar con decencia, con delicadeza, y, sobre todo, amar sin esperar algo a cambio, ni siquiera amor, porque el que espera sufre, dicen también los budistas, el sufrimiento viene del apego y del deseo, valores que se premian en la sociedad moderna, tan destacables que hasta puede ser mal visto hablar de la falta de deseo, o hacer apología del desapego, te pueden mirar como a un marciano, preguntarte si estás bien, si hace falta llamar a un médico o cosas así, lo normal es desear, si no deseamos no consumimos, y si no consumimos no gira el engranaje, basta, por favor, basta, quiero poder ser yo solo, yo mismo, dejar de esconder mi esencia para conseguir tal o cual cosa, qué me importa si consigo o no consigo ser alguien en la vida, al diablo con tener que demostrar mi valía, al diablo con las exigencias, con los reconocimientos, al diablo con este ser miserable y despiadado que he sido todo este tiempo.

¡Espero que te haya gustado! Este es un cuento que no utiliza más puntos que el punto final. Haz clic aquí si quieres escuchar otros cuentos del podcast «Cuentos alrededor del fuego».

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