Existen tres formas de crear un personaje de ficción: que nazca entero de la imaginación, de la imitación de la realidad o, lo más común, de una mezcla de ambas. En el caso don Bonifacio (protagonista del cuento «¡Jaque, Bonifacio!» de La carga invisible), es un personaje de ficción, pero está muy inspirado en un ajedrecista que existió realmente.
Hace más de diez años que me dedico a la enseñanza del ajedrez. Trabajo para clubes, escuelas, y también doy clases de forma particular. He tenido alumnos de diferentes países, edades, religiones, personas que les interesa el ajedrez como hobbie y otros más interesados en la competición. Lo que unifica a todos, es que quieren aprender ajedrez. Esto puede resultar una obviedad, y debería serlo, si no fuera por el hombre mayor que me contactó una vez por teléfono, que fue quien me inspiró para crear al personaje de don Bonifacio.
Cómo mejorar en ajedrez
Este hombre (no recuerdo su nombre) me explicó que quería subir su ELO (sistema de ranking que tenemos todos los jugadores que competimos en ajedrez); me decía que, en los últimos torneos jugados, había perdido mucho ranking y le interesaba recuperarlo.

Me pidió consejos, me preguntó si conocía algunos «trucos» o «sistemas» para poder aplicar y así poder ganar. Le comenté que podríamos armar un plan de estudio, elección de aperturas, ejercicios de táctica, pero me dijo que él ya estaba grande para todo eso. Quería ganar. Lo necesitaba. De todas formas, tuvimos una primera clase. Practicamos un poco y noté que no jugaba mal, pero estaba muy enfocado en el resultado de la partida más que en la intención de mejorar.
A los pocos días, me llamó de nuevo por teléfono. Pensé que querría arreglar día y horario para una segunda clase, pero no. Me comentó que el fin de semana jugaría un torneo, y me pidió si podía ir a verlo. Le dije que no sabía si podría, pero él me interrumpió y me propuso que lo ayudara durante la partida. Que le «soplara» las jugadas. En su cabeza lo había programado todo: yo sería un espectador del torneo, pasaría mirando todas las partidas y, cada tanto, él vendría a preguntarme qué jugar. Me propuso pagarme por «horas»: si la partida duraba, por ejemplo, cuatro horas, me pagaría mis cuatro horas de trabajo, como si fuera una clase.
Hacer trampa
En la historia del ajedrez han habido muchos casos de trampas, compañeros de equipo que se ayudaban entre ellos o casos más recientes, jugadores que recibieron directamente ayuda de la tecnología.
Me sorprendió escuchar la propuesta de este hombre. Por un momento pensé que sería una especia de broma, pero no. Me hablaba muy en serio. Le respondí que no, que no me parecía correcto, y que tampoco sería beneficioso para su ajedrez. Insistí en que la mejor forma de subir ELO era estudiando, practicando, tomando clases.
Esa fue la última vez que hablamos.
Creando al personaje
La imagen de este hombre me inspiró para crear al personaje de don Bonifacio, un hombre de 79 años apasionado por el ajedrez, pero bastante malo jugando. Se toma muy en serio el juego, aunque no soporta perder. Se irrita demasiado cuando pierde, sufre y mastica rabia cada vez que juega un torneo y los resultados no son los que él espera. Pero es un insistente. A diferencia de mi alumno, don Bonifacio no es un tramposo. Su orgullo jamás le permitiría serlo.
Tal vez, y para finalizar esta publicación, en este cuento canalizo el miedo que tenemos todos los ajedrecistas de llegar a viejos y jugar cada vez peor. Esto es un poco inevitable, la atención y la concentración van decayendo con la edad, la energía para aguantar tantas horas una partida también.
Pero puedo afirmar que ni este hombre, ni don Bonifacio, ni yo (me imagino siendo viejo, sentado delante de un tablero esperando a que el árbitro de la órden de comenzar) jamás vamos a perder el entusiasmo por el ajedrez.