LA REGLA NÚMERO TRES

Los ojos de mi bisabuelo parecen observarme todo el tiempo desde el retrato. Cada vez que voy a agarrar un pedazo de pan o un poco de queso rallado, levanto la vista y lo miro, y ahí está él mirándome también, con sus ojos pequeños, su nariz gorda y porosa, su fino bigote recortado al milímetro y su peinado con gomina aplastado hacia el costado. Si alguien de la familia me descubre en mi contemplación, suelta un orgulloso comentario: «Gran persona», «Se nos fue demasiado pronto», «Siempre nos cuida». Yo creo que, más bien, nos vigila. Sonrío y asiento con la cabeza, y sigo comiendo, enrollando en el tenedor las exquisitas pastas caseras que mi abuela prepara todos los domingos desde que tengo memoria.

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